domingo, 13 de marzo de 2016

EMPECÉ A ACEPTAR QUE IBA A MORIR


Alicia Kizakiewicz tenía 13 años cuando se escapó de su casa en Pittsburgh, Estados Unidos, para encontrarse con alguien con quien había estado chateando en internet.
Con 27 años cuenta abiertamente su historia con el fin de que no les suceda lo mismo a otros niños que están expuestos a los peligros de los depredadores que actúan a través de internet. Actualmente dirige el proyecto sin fines de lucro Alicia que promueve las leyes de seguridad cibernética, es experta en seguridad en internet, capacita al personal del orden publico y ha servido de testigo ante el congreso de los Estados unidos. En algunos estados de América se ha aprobado la ley Alicia para dedicar más fondos a la investigación sobre casos de explotación.




Esta es su historia.
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"Recuerdo que la Navidad de 2001 fue realmente fantástica, y lo mismo la primera mitad del primer día de 2002. Año Nuevo siempre ha sido un día de celebración para mi familia. En algún momento entre la cena y el postre, le pregunté a mi madre si podía ir a tumbarme porque me dolía el estómago."
Me escabullí por detrás del árbol de Navidad que estaba en la puerta de entrada y la abrí para encontrarme con la persona que pensé que era un amigo.
Recuerdo estar en una esquina y una vocecita, mi intuición, me decía: "Alicia, ¿qué estás haciendo? Esto es muy peligroso, tienes que volver a casa".
Me di la vuelta y empecé a andar hacia la casa, pero luego escuché que me llamaban, y de pronto estaba en un auto con este hombre. Inmediatamente tuve miedo de morir.
Mi infancia hasta ese momento había sido increíble. Éramos, y todavía somos, una familia muy unida. Mi infancia estuvo llena de diversión.
Fue mi hermano mayor el que me introdujo al uso de internet. En 2001 y 2002 había muy poca gente educando a los niños sobre los peligros de internet.
Me hice un nombre de pantalla y me metí online. Mis amigos y yo hablábamos de todo tipo de cosas. Los chicos más populares hablaban con los menos populares. Me sentí segura.
Había un chico, un niño que yo pensaba que tenía más o menos mi edad, que no conocía, y al que le gustaban las mismas cosas que a mi.
Me escuchaba día y noche, me daba consejos. Era alguien con quien podía quejarme de lo que no me gustaba y alguien que me hacía sentir bien a lo largo de los ocho o nueve meses que precedieron a mi secuestro. Es la persona a la que salí a ver el día de Año Nuevo y el que me secuestró en su auto.
Agarraba mi mano con tanta fuerza que pensé que me la había roto. Me daba órdenes, me decía: "Sé buena, quédate quieta". Si no obedecía, me decía, me metería en el maletero (baúl).
Después de un tiempo, el auto llegó a un peaje y en mi cabeza, pensé "Esta es mi oportunidad, ahora me van a rescatar porque esta persona en el peaje va a ver a una niña llorando y va a pensar, ¿qué está pasando? Y va a llamar a la policía y todo esto va a terminar". Pero el hombre del peaje no me vio, ni pensó que pasaba nada malo, y el auto aceleró.

No hay palabras para explicar el miedo y el terror de pensar que esta persona podía parar y matarme en cualquier momento.
Siguió manejando durante unas cinco horas, desde Pittsburgh hasta Virginia (EE.UU.).
Finalmente, el auto paró, me sacó y me arrastró hasta su casa. Y me siguió arrastrando escaleras abajo hasta el sótano, donde había una puerta con un candado y me metió dentro.
Entonces me sacó la ropa, me miró y dijo: "Esto va a ser muy duro para ti. Está bien, llora".
Entonces me puso una cadena de perro en el cuello y me llevó arriba a su habitación. Y me violó.
Me encadenó al suelo con el collar de perro al lado de la cama. Me violó y me golpeó y me torturó en esa casa durante cuatro días.
Tengo que decir que es increíble la respuesta que obtengo a veces cuando lo explico. A veces, la gente me dice: "Tienes suerte, no duró mucho".
Si bien hice lo que pude para sobrevivir, sin importar cuán humillante, doloroso o asqueroso fuera, no tenía control sobre mi destino.
Cuando intenté resistirme, acabé con la nariz rota. Si ya había sido capaz de secuestrar a una niña, ya me había hecho cosas indescriptibles, ¿por qué no iba a matarme también?
Al cuarto día, dijo: "Estás empezando a gustarme demasiado. Esta noche vamos a ir a dar una vuelta en auto". En ese momento supe que no había nada que yo pudiera hacer. Supe que me iba a matar. Ese día también me dio de comer por primera vez en cuatro días y se fue a trabajar.
Recuerdo llorar y rezar, rezar y pensar sobre todo lo que haría si fuera más fuerte, si fuera un personaje en una película de superhéroes.
Pensé: "Me va a matar, pero no voy a irme sin pelear, y quizás puedo ganar". Pero luego me di cuenta de que ya había perdido muchas veces. Y pronto perdí la esperanza.
Pensé mucho en mis padres esos días. Sabía que me estaban buscando y que me querían. No tenía duda de que me encontrarían, la pregunta es si me encontrarían viva o muerta.
Pensé: "¿Cuándo fue la última vez que les dije que los quiero? ¿Saben cuánto los quiero?".
Entré en un estado de aturdimiento. Pero luego escuché el sonido de hombres enfadados golpeando la puerta de abajo.
Como había perdido cualquier esperanza, pensé que estaban allí para matarme, así que me metí debajo de la cama para intentar esconderme e intenté no hacer ningún ruido.
Los oí moverse rápido por la casa y gritar "¡Limpio!", "¡Limpio!", "¡Limpio!". Ahora sé lo que significa esa palabra, pero entonces no tenía ni idea.
Debí hacer algún ruido porque escuché a un hombre decir "¡Movimiento allí!" y desde donde estaba vi unas botas al lado.
Un hombre me dijo que saliera de debajo de la cama y levantara las manos. Estaba desnuda. Miraba hacia abajo y veía el cañón de una pistola.
Pensé que entonces me matarían, que ese era el final. Pero entonces el hombre se dio la vuelta y vi que detrás de su chaqueta ponía FBI, y vi a todos esos agentes entrar corriendo en la habitación.
Cortaron la cadena que tenía alrededor del cuello y me ayudaron, me liberaron. Me dieron una segunda oportunidad para vivir. Estos hombres y mujeres, son mis ángeles.




A través de su historia quiere dejar claro que no se puede definir el dolor por el tiempo que se sufre, o por lo que pasó, sino que lo que importa es cómo esa experiencia afecta a la persona. Cómo impacta en ella.

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